jueves, 29 de septiembre de 2016

La felicidad aquí, al lado






Guadalupe Isabel Carrillo Torea

En mis clases de creación literaria suelo ofrecer a mis alumnos alternativas temáticas para sus narraciones, descripciones, ensayos…Todavía estamos en el periodo de las narraciones. Les propuse que contaran cómo podría ser, o como ha sido para ellos,  un día feliz.

   Los resultados son, obviamente, muy diversos. Leí a aquellos que esperan su día feliz en la maravillosa boda que quizás protagonicen. O a otros que aguardan el momento de su graduación y también a los  aficionados a los deportes que  calculan la felicidad en una equivalencia de goles.

   Todo es válido porque el ser humano está lleno de matices, de intereses y de modos de ver la vida; unos más ingenuos que otros, hay aquellos que lo traducen en éxitos, en aventuras, en metas alcanzadas. Sin embargo hubo tres  textos que me llevaron a reflexionar sobre lo que ahora escribo. Uno, muy ingenioso y con sensibilidad apacible, tituló su narración “Cortázar 402”. Cualquier entendido recuerda al escritor argentino y desde él lee el texto: El chico subía escaleras, cruzaba pasillos cortos y se instalaba junto a la serenidad del abuelo que distraía su vejez frente al televisor. Nuestro narrador escuchaba el llamado de la abuela, ofreciéndole café con leche y roscas de chocolate. Nieto y abuelo respondían  al unísono un efusivo ¡Sí!

   En la siguiente escena los tres disfrutaban del aroma del café que se confundía con la placidez de la tarde. La pasarían juntos en el diálogo, en la grata intrascendencia de un maratón de películas de acción y, por supuesto, en la extraordinaria compañía de los Titos, como -advierte el chico- bautizó desde siempre a aquellos ancianos que le otorgan esos momentos, para él irrepetibles. Como cierre del relato el chico lanza el desiderátum de continuar siempre disfrutando esos días en el apartamento de los Títos, del edificio “Cortázar 402”.

   Este chico tiene 21 años y lo arriba narrado es, para él, lo más cercano a un día de felicidad.

   El siguiente texto lo escribió una compañera. La tarde  presente allí, con el sol arropándola en el jardín de su casa. Ella estaba con Molly y Cazador. Acariciaba su pelambre y ellos rumiaban el placer, cerraban los ojos y parece que sonreían. Ese momento mágico se prolongó por horas en las que ella y ellos sentían algo muy parecido a la plenitud.

   ¿Qué es, entonces, la felicidad? ¿Sensaciones, vivencias empapadas de gratitud o ese estado de serenidad que puede inundarte incluso en medio de la soledad? ¿Es la posibilidad de estar con los que amas, con los que te sientes en armonía?

   Creo que todo lo anterior es parte de ese mosaico llamado felicidad; pero me inclino más a dibujarla como el equilibrio interior que te salva de adversidades inesperadas, de tragedias personales o dramas colectivos. Jorge Luis Borges señaló en la cima de su vejez: “Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos un instante en el paraíso”.


 Sin aspiraciones ingenuas, sin obviar el dolor que inunda a muchos, me alegra saber que eso llamado felicidad puede ser un huésped cotidiano.

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