miércoles, 9 de octubre de 2013

LA NATURALEZA, LA POESÍA Y EL CORAZÓN



 Guadalupe I Carrillo T.
 

   Cañada de Alférez es un lugar donde la belleza se instaló para quedarse. Ubicado dentro del mismísimo parque nacional La Marquesa, a unos kilómetros del Distrito Federal, se encuentra  rodeado de pinos centenarios, de riachuelos que constantemente nos murmuran  dichas pasajeras, hondas alegrías, y también, otras veces, aflicciones.

    Hace seis años vivimos allí, en ese poblado perdido en las montañas que se ha convertido para nosotros en un presente de naturaleza alucinada. Cuando has vivido toda la vida en los predios citadinos, cuando el concreto se ha convertido en tu paisaje cotidiano, dar la vuelta y ver que el  verde inunda la vista, como si hubiera olas sin límites, ensanchadas en el horizonte, te das cuenta que también el privilegio ha tocado tu vida.

   Obviamente lo que ganamos en frescura, en aire despejado, lo perdemos en modernidad. Pero vale la pena el reto. Importa mucho que quienes estamos allí valoramos más el camino por el riachuelo que el centro comercial que, esperamos, nunca llegará a construirse. Y si falta el teléfono, si se robaron los cables la noche anterior porque el cobre está muy caro y pueden llevarse muchos de sus metros sin que nadie los vea, también allí debes saber que pasarán días interminables sin comunicación a distancia. Vivir en la Cañada se torna pues un reto en el que se asecha al equilibrio y se cuestiona la convicción de que se está en el lugar indicado.
 

   La mayor parte de los lugareños viven de la cría de borregos, y de los trabajos artesanales. El 19 de marzo, día de San José, el poblado dobla campanas para festejar a los carpinteros, que constituyen el grueso de los artesanos. También encuentras plomeros, albañiles, electricistas. Todos ellos  deambulan en un espacio compacto como lo podría ser un poblado de pequeñas dimensiones en donde el mundo natural se expresa a sus anchas.
 
   Y es que lo natural no es solo lo que puedo observar, lo que huelo en el fondo de mis pulmones, lo que toco como si fuera seda construida por manos asiáticas. La naturaleza, en esos lugares, se convierte también en condición humana, en metáfora que canta lo que experimenta el alma y el corazón. Para ilustrar lo que digo quién mejor que Antonio Machado, el poeta que amó su tierra provinciana y que siempre la incluyó en sus versos; alguna vez el poeta  diría: “Anoche cuando dormía/soñé ¡bendita ilusión!/ que una fontana fluía/dentro de mi corazón. / Di ¿por qué acequia escondida,/agua, vienes hasta mí,/ manantial de nueva vida/ en donde nunca bebí?”.

   La fontana que corre, el agua convertida en “manantial de nueva vida” mueve esas entrañas humanas que aún no se han contaminado de materia, de basura y suciedad. Porque, desafortunadamente, también a la Cañada llegó el tono desalmado con el que los hombres logran gritar su indiferencia, sus tristes corruptelas. Hace aproximadamente un año lanzaron a nuestro bosque toneladas de lo que se conoce como el plástico foami; el que usan en las escuelas de pre-escolar y primaria. Sus colores y su suave textura atrae la atención de los pequeños y por ello muchas de las aulas están empapeladas con estos materiales. Pero cuando los sacas de las paredes y los lanzas a los ríos, a las montañas, a la sombra de los árboles, se convierten en la peor basura, en la mejor campaña para que una crisis ecológica dé inicio.

   Las lluvias de los últimos meses en la zona arrastraron el basural a todo el espacio virgen. El espectáculo desolador nos animó a los vecinos que amamos sin límites ese hermoso paisaje a invertir un primer domingo de los muchos que utilizaremos para recoger lo que otros irresponsablemente lanzaron allí. Llenamos unos cuarenta sacos de basura y aún quedan diseminados en el campo otros tantos kilos.
 

   No faltó el asombro de los lugareños que veían por primera vez un movimiento masivo de limpieza en ese territorio que, por su perfección, lo habían considerado impecable. A pesar de ver la basura frene a sus ojos, a pesar de ser testigos del ir y venir de camiones cargados de troncos cortados para su venta, que toman rutas alternativas para que el gesto depredatorio no sea tan descarado, los lugareños no tienen ánimos de sacrificar tiempo y energías en la limpieza de ese espacio que los vio nacer. Aún el sueño no les permite ver lo que Machado palpó desde su gran sensibilidad:” Anoche cuando dormía/ soñé ¡bendita ilusión!/ que un ardiente sol lucía/ dentro de mi corazón./ Era ardiente porque daba/ calores de rojo hogar,/ y era sol porque alumbraba/ y porque hacía llorar.” Ojalá el llanto nos aclare la vista y nos permita  presenciar la felicidad de un bosque siempre verde.
 
 
 
 
 
 
 
 

 

 

 

 

 

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