viernes, 16 de agosto de 2013

Aimé Césaire: Padecer la Xenofobia y transformarla


 Guadalupe Isabel Carrillo Torea



Igual que hay hombre_hiena y hombre_pantera

Yo seré un hombre_judío

un hombre_cafre

un hombre hindú de Calcuta

un hombre de Harlem_que_no_vota

el hombre_hambruna, el hombre_insulto, el hombre tortura podrían en cualquier momento agarrarlo, molerlo a golpes _matarlo sin más_sin tener que rendir cuentas a nadie, sin tener que excusar con nadie

Aimé Césaire


El fenómeno de la Xenofobia, de carácter mundial, lo vemos arraigado en algunos países más que en otros. La globalización y las migraciones masivas han permitido que el sentimiento de rechazo hacia el extranjero esté cada vez más generalizado o, también a la inversa, es decir, cuando el extranjero  se planta en otros países en actitud xenófaba hacia éste que visita. 

   Dentro de las muy variadas formas en que se manifiesta la xenofobia el racismo es una de las más duras pues es capaz no sólo de llegar a la agresión sino a la marginalidad sistemática del otro,  a la exclusión social y en consecuencia a desarraigos. Sin embargo la otra cara del fenómeno nos puede mostrar también lo de que Edgar Samuel Morales ha designado muy acertadamente como  la inversión de los estigmas (Morales Sales, 2000), esto es que aquello que nos hiere se convierta en nuestra identidad para ser mostrada con orgullo.

   Como expresión de vida la literatura ha registrado  el tópico desde diversos discursos. En el caso que nos ocupa tomo la obra poética de Aimé Césaire, escritor franco caribeño fallecido hace pocos años. Fue Césaire figura emblemática dentro del surrealismo francés de los años 30 y su obra Cuaderno de un retorno al país natal,  que es La Martinica, ha sido considerada un himno a la negritud, a la justicia  y un grito desgarrado que denuncia el racismo en su más cruel expresión la conquista y la esclavitud posterior. A propósito de la obra nos dice Philippe Ollé_Laprinne en un artículo publicado en la Revista Letras Libres en el 2003:

Este escritor francés del Caribe denunció la condición inaceptable del hombre negro explotado y humillado durante siglos. Pero también, a través de estos ataques virulentos, desarrolló un discurso que es un llamado a la dignidad y a la justicia para todos, con una sorprendente actualidad, como si precisamente el tiempo tuviera la virtud de recuperar el vigor del grito para darle mayor resonancia a las palabras del poeta.


   Se trata pues de un canto lírico con resonancias de crudeza y realidad, de solidaridad hacia la tierra y de aceptación de su negritud, concepto que el mismo poeta creara en 1935 en su revista  El estudiante negro  donde publicaban poetas en su mayoría venidos de las colonias de dominio francés. El poema fue publicado en París en 1939 en la revista Volonté pero de manera fragmentaria. Años más tarde lo publicaría en su totalidad en la revista Tropiques editada en la Martinica, de la que él fungía como director. El fortuito encuentro de André Bretón con el poema de Césaire en 1941 en la misma isla fue lo que produjo la proyección internacional del poema y de su autor que se convertiría en uno de los grandes del surrealismo., así lo afirma Miguel Ángel Flores en su artículo “El cuaderno de una vida en el país natal (Amié Césaire, 1913_2008)”  en la Revista Tiempo 22. Archipiélago.

   El poema expresa la inquietud de un hombre , de una comunidad, de un país que no se le había otorgado aún la posibilidad de manifestarse como tal. Esto fue durante muchos años el aliento de vida que mantuvo a las islas antillanas en pie de lucha. Alcanzar una identidad se convirtió en imperativo insoslayable por parte de intelectuales, políticos y artistas de origen caribeño.

   Aimé Césaire emplea las palabras aún no enunciadas y se convierte en portavoz no sólo de los habitantes de su Martinica natal, sino también de los negros de América y África. La cultura europea de la que se alimenta el poeta serán los elementos a través de los cuales va tejiendo su denuncia en la obra. Como bien apunta Miguel Ángel Flores “La lengua podía ser francesa pero debía ser tamizada por los matices que imponía el ámbito del Caribe”. También Agustín Bartha  en el prólogo a la obra de Césaire coincide con el crítico anterior y señala:


La palabra del poema era francesa, surrealista y africana, pero no se adhería completamente a ninguna de esas denominaciones. El poema sigue siendo dentro de la lírica moderna francesa un cuerpo extraño y duro, pero está por lo menos localizado…y se ve en su luz de lámpara enterrada en lo hondo de una gran herida (Bartha, Agustín, 1969: 9)


Es esa “gran herida” lo que nos interesa analizar ; ver el poema como un canto dolorido y a la vez jubiloso. La escritura habla de un mundo abyecto que se entrelaza con la hermosura de una naturaleza llena de vida y la herencia de los ancestros negros.  Miguel Ángel Flores comenta con acierto: “El ritmo del poema está marcado por el ruido de las lluvias y el soplo de los vientos, por los desplazamientos del mar y las voces de los ancestros que dieron nombre lo mismo a elementos naturales que a cantos del rito. (Flores, 2008: 22).

   Sumado al sentido temático de la exaltación de la belleza y el dolor encontramos el concepto de negritud  y de nacionalismo; todo ello se convierte en eje estructural del poema. La negritud se proyecta como  una fuente continua de sufrimiento que el yo poético proclama desde el inicio, extendiéndose a lo largo de todo el poema. Pero en su otra cara también se asume como el rescate de las tradiciones procedentes de África, la historia de la esclavitud, de las vejaciones  que ésta conlleva  y el acabamiento al que fue sumida la población.

   Como concepto teórico y bandera ideológica la negritud se convirtió en la sólida postura de quienes habían decidido dejar de lado la sumisión para sustituirla por la voluntad de renacer en una identidad que, aun siendo diferente, luchaba por su independencia y por el respeto debido a lo otro cercano a nosotros pero no por ello idéntico.

   Aimé Césaire mostrará en su obra una resemantización de lo que es la negritud como parte esencial del concepto de nacionalismo que se va construyendo en el poema. El sentido temático de la obra parte del  título: Cuaderno de un retorno al país natal; supone la vuelta de quien ha vivido alejado  de su patria y a cuyo regreso encontrará la infancia, y su raíz que está en la tierra y en las tradiciones centenarias a  las que siempre estuvo vinculado.

   El poema parte de una suerte de estribillo que se repite anafóricamente en el transcurso de  toda la obra; al comienzo  reiteradamente, después con espacios de mayor distancia. “Al final del amanecer” puede ser entendido denotativamente: el retorno culmina “al final del amanecer”. A su vez se transforma en el encuentro con un mundo que no vive en su amanecer.

   El hablante instala su discurso en un presente detenido; todo ocurre “al final del amanecer”. Se trata de memoria y anticipación. Existe un pasado en el recuerdo y un futuro que se desea y que se construye en el texto a manera de realidad. Combinando indistintamente la prosa y el verso libre  el poema se inicia a modo de conjuro: el hablante desea expulsar aquello que lo aleja de sus “profundidades” y dice: …vete, detesto a los lacayos del orden y a los abejorros de la esperanza, vete, mal amuleto, chinche de frailuco”(Césaire, 1969: 23).

   Si nos preguntamos  por la connotación a la que alude el yo lírico con expresiones como “mal amuleto” o “chinche frailuco”, veremos que la respuesta brotará líneas más adelante cuando el mismo yo revela: “eres tú, sucio odio”; la maldad, la tortura y las vejaciones se han ido convirtiendo en ese odio demoledor que se hunde en aquellos que han sido rechazados y maltratados.

   Una larga descripción de ese mundo invadido por la miseria conforman lo que es para el yo poético el objeto deseado. Lentamente el texto evoca geografías antillanas y territorios de mayor familiaridad para él hasta encontrar el hogar materno, vaciado por la pobreza:

…y eso forma pantanos de herrumbre en la pasta gris sórdida apestosa de la paja, y cuando el viento silba,  estas disparidades hacen extraño el ruido, como una crepitación de fritanga al principio, luego como un tizón que se sumerge en el agua con el humo de las ranitas que vuelan…Y el lecho de tablas de donde se ha levantado mi raza, toda mi raza de este lecho de tablas, con sus patas de caja de kerosene, como si el lecho tuviera elefantiasis (1969: 43)


   La descripción de lo local se amplía a la raza, humanizada como ese ser que “se levanta en un lecho de tablas”. La asociación hecha en el poema inicia en la tierra, pasa hacia la infancia del yo poético, al hogar ya perdido para, extensivamente, asemejarlo con toda la comunidad de su isla, o lo que es lo mismo, con su raza.

   A lo largo del poema el hablante ahonda en una alternancia entre su pasado (infancia que recuerda) y el presente (la experiencia que enfrenta) estableciendo la inevitable semejanza. En ambos persiste la atmósfera de desolación, se vive el sufrimiento y se padece la pobreza. Realidades que desea exhibir en su mayor crudeza. Sin embargo, junto a ellas, el yo se acerca a la naturaleza y, desde ella, inaugura el mundo a través de la palabra; Miguel Ángel Flores lo califica  como “lenguaje adánico”:

Volveré a hallar el secreto de las grandes comunicaciones y de las grandes combustiones. Diré tormenta. Diré río. Diré tornado. Diré hoja. Diré árbol. Seré mojado por todas las lluvias, humedecido por todos los rocíos. (Césaire, 1969: 47)

   Este mundo que se crea de nuevo constituye “la tierra donde todo es libre y fraternal, mi tierra”(1969: 49). En el poema se va cimentando un concepto distinto de la negritud. Salir de Europa es un imperativo, el yo desea volver, lleno de nostalgia, a encontrarse con su tierra pobre. Sólo desde ella podrá construir un discurso nuevo, que proviene del colonizado y que parte de su tierra, no de la lejanía. Por eso dice el poeta: “Abrázame sin temor… y si sólo sé hablar, hablaré para ti” (1969: 49).

   Con esta afirmación se abre un nuevo horizonte en el que el Yo lírico hace suya la tierra natal, la misma que los colonizadores consideraron “su propiedad”. La abraza con todo lo que es, sin excluir lo abyecto del presente y del pasado. Desde esa aceptación se actualiza una negritud que cobija no sólo al negro de Martinica o las Antillas, también a todos los diseminados por el mundo:

¡Y yo digo Burdeos y Nantes y Liverpool

y Nueva York y San Francisco

no hay un trozo de este mundo que no lleve

mi huella digital

y mi calcáneo sobre la espalda de los rascacielos

y mi mugre

en el centelleo de las gemas (1969: 59)


   El Yo lírico se define como hombre negro; esa identidad lo convierte en ciudadano del mundo. Con ello la negritud se convierte en condición universal. Al preguntarse por su identidad y la de su pueblo el yo responde llamándose “árbol” cuya raíz está en el suelo de su tierra. Se denomina a sí mismo “Congo” haciendo definitiva la identificación con la naturaleza:

                        ¿Quiénes y cuáles somos? ¡Admirable pregunta!

                        A fuerza de contemplar los árboles me he convertido en un árbol

y mis largos pies de árbol han cavado en el suelo

anchos sacos de veneno, altas ciudades de osamentas

a fuerza de pensar en el Congo

me he convertido en un Congo rumoroso

de bosques y de ríos

donde el látigo restalla como un gran estandarte

el estandarte del profeta (1969: 61)


   La descripción de su tierra interpela a todas las tierras en las que habita el hombre negro, la raza universal que subsiste y quiere superar su condición de inferioridad en la que ha sido instalada gracias a los colonialismos milenarios. Ajeno a cualquier idealización, los versos se convierten en un campo de batalla de la conciencia de quien escribe. Se sabe malo, pobre, se sabe hombre y gracias a esto se acepta y se ama en su realidad:


                        Y para mis danzas

                        Mis danzas del mal negro

                        Para mí mis danzas

                        La danza rompe_argolla

                        La danza salta_prisión

                        La danza es_hermoso_y _bueno_y_legítimo_ser_negro (1969: 127)


   El yo que se levanta y se califica de “hermoso” y “bueno” se ha distanciado del discurso del colonizador. Será el colonizado quien elabore un proyecto nuevo, desde su tierra, considerándolo as;i mismo “legítimo”.

   Edward Said en su ensayo Representar al colonizado (1996)  a propósito de la obra de Cuaderno…  insiste en que  la propuesta del libro se postula como un verdadero “desafío anti_imperialista”. Explica Said que tanto Césaire como Fanon estaban conscientes de la necesidad de que el nacionalismo hasta entonces asumido debía ampliarse , para que no se convirtiera en obstáculo para la liberación real de su raza. Concebir el nacionalismo desde el soporte teórico del colonizado los convierte en súbditos de aquellos que construyeron para el negro una identidad tan ajena a la tierra:

De hecho Fanon y Césaire _obviamente hablo de ellos como modelos_ cuestionan directamente el asunto de la identidad y del pensamiento identitario, ese convidado de piedra de la presente reflexión antropológica sobre la “otredad” y la “diferencia”. Lo que Fanon y Césaire exigían de sus propios partidarios, aún durante el calor de la lucha, era abandonar las ideas fijas de la identidad colonizada y la definición culturalmente autorizada. Ellos decían “sé tú mismo diferente para que tu destino  como pueblo colonizado pueda ser diferente”; de ahí  por qué  el nacionalismo a pesar de su obvia necesidad, es también el enemigo. (Said, 1996: 57)


    Lo dicho por Edwar Said fue justamente lo que expresó Césaire en Cuaderno…, convirtiendo la obra en un proyecto de singulares propuestas ideológicas e incluso étnicas. Se trata de una apuesta por la dignidad en un sentido de totalidad; ser hombre debería ser un concepto incluyente donde las razas se incorporen sin aspirar a la otredad que menciona Said. Amié Césaire, el más autorizado defensor de su raza nos dice en palabras subversivas y esperanzadoras: “Ninguna raza posee el monopolio de la belleza, de la inteligencia, de la fuerza, y hay lugar para todos en el encuentro de la conquista”.

El poema Cuaderno…fue la obra de mayor trascendencia escrita  por Aimé Césaire. La estructura del poema, el manejo de un lenguaje que pareciera moverse al ritmo de la naturaleza y de su amor hacia la raza negra lo dignifican y lo convierten en un hombre adelantado a su época. Nació y murió en La Martinica y desde ella mantuvo la coherencia de su pensamiento de apertura, sin dejar de lado el amor conmovido por su tierra. Así nos habla de sus anhelos:

                        Y yo busco para mi país no corazones de dátil, sino corazones de

Hombre que, para entrar en las ciudades de plata por la gran puerta trapezoidal, golpeen la sangre viril, y mis ojos barren mis kilómetros cuadrados de tierra paternal y enumero las llagas con una especie de júbilo y las hacino unas sobre otras como raras especies. (1969: 126)


   Ese fue el hombre que luchó en su tierra, desde su tierra y para su tierra que fue, en realidad, el mundo desgarrado que había que abrazar.









BIBLIOGRAFÍA


Césaire, Aimé. 1969. Cuaderno de  un retorno al país natal. Editorial Era. México. 129 Pp.


Morales Sales, Edgar Samuel. 2001. Estigmas sociales y nuevo orden en América Latina. Editorial UAEM. Toluca. México.


Said, Eward. 1996. Representar al colonizado. Editorial de Bolsillo.  México.



HEMEROGRAFÍA

Flores, Miguel Ángel. “El cuaderno de una vida en el país natal” . En la Revista Tiempo Archipiélago. México. 2008.

Ollé_Laprunne, Philippe.  “Amié Césaire”. En la Revista Letras Libres . 200

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