viernes, 5 de julio de 2013

Humanidades y Humanismo: un binomio necesario en la enseñanza universitaria



Guadalupe I Carrillo
 

La enseñanza universitaria  de la que formamos parte activa, ha padecido de severos reveses en su proceso de consolidación y crecimiento. A trece de este siglo XXI nos encontramos frente a coyunturas históricas que, lejos de incentivar y perfeccionar la actividad académica en las universidades, la hacen sucumbir en el marasmo de la burocracia, la competencia desleal entre sus pares, y  el juego que imponen las leyes del mercado capitalista, donde competir y ganar se convierten en las metas inmediatas.

   Antes de que el pesimismo se imponga es necesario revisar y rescatar nociones básicas que formaban parte de la raíz misma de la enseñanza. Una de ellas es el concepto de humanismo al que vemos íntimamente ligado al surgimiento de las universidades en el siglo XIII. En la Europa medieval vemos crecer un movimiento intelectual que pretendía recuperar la tradición greco latina de las humanitas, escuela de pensamiento que subrayaba la importancia de analizar tanto las obras materiales creadas por el hombre como las diferentes formas de pensamiento. Cicerón consideraba que el buen orador debía contar con un programa educativo que llamaba “humanitas” y que incluía la enseñanza de las llamadas “artes liberales” propia de los hombres libres. Cuando en el siglo XV la Italia del Renacimiento cimentaba la experiencia universitaria  como práctica común, también se establecían los “studia humanitatis”  obligatorios para aquellos que pretendían perfilarse como  estudiantes universitarios.  Gramática, música, retórica, historia y filosofía eran algunas de las materias impartidas.

 Lentamente fue cobrando vida el concepto del intelectual; los maestros universitarios eran hombres cuya madurez les permitía no sólo enseñar sobre algún tema universal, se les consideraba sabios en el más completo sentido, esto es, hombres cuyas virtudes les permitían ser ejemplo a seguir; se les concedía además el privilegio de que su actividad fuese vitalicia, simbólicamente reflejada en la “cátedra”,  podio desde el que disertaban o también la “silla” desde donde impartían el conocimiento. El humanista era, en definitiva, el profesor universitario que enseñaba una especialidad propia de las artes liberales y que, además, conocía del devenir del hombre, de sus acciones sujetas a cambios constantes.


   Las variaciones e interpretaciones que ha experimentado el concepto de humanista y de las humanidades como asunto a estudiar son incontables. Pretendemos en estas líneas acercarnos a la noción que en las últimas décadas han adquirido las humanidades en la enseñanza universitaria, vinculadas al humanismo desde la perspectiva que plantea Edward Said, en su obra Humanismo y crítica democrática publicada en el 2000, poco antes de su fallecimiento, así como algunas de las opiniones vertidas sobre el tema en su célebre libro El mundo, el texto y el crítico publicado por primera vez en 1983. Ambas obras contienen buena parte de conferencias que el autor dictó en Columbia University y en otras universidades a las que fue invitado Y en las que reflexiona sobre los claroscuros que mantienen las áreas del conocimiento vinculadas no sólo a las expresiones artísticas sino a las humanidades entendidas como las acciones del hombre.

 

La esfera del Humanismo

    Edward Said ha sido uno de los intelectuales más controvertidos de las últimas décadas. Su origen palestino y su consecuente permanencia en un  exilio impuesto por él mismo le permitieron desarrollar reflexiones acerca del concepto de lo occidental y lo oriental, así como asumir posturas equilibradas y no menos combativas sobre la milenaria pugna entre el mundo árabe y occidente. Ubicado en la rama de lo que se conoce hoy como el “pos colonialismo” el escritor, sin embargo, abordó a lo largo de su fructífera carrera académica diversos temas vinculados con las humanidades, con la crítica literaria y con la labor del humanista en la sociedad y el mundo.


   Profesor de la Universidad de Columbia desde 1963 impartiendo la cátedra de Humanidades occidentales, Said aborda el tema del humanismo asumiéndolo como una “práctica útil para intelectuales cuyo deseo sea vincular estos principios con el mundo y los ciudadanos” (2006:26). Para Said lo humanístico es lo que hacemos y humanidades lo que enseñamos los profesores dedicados al estudio de aquellas asignaturas cuyo tema central es el hombre y  su recorrido por la historia.

 
   En Humanismo y crítica democrática el autor esboza como tema central su mayor preocupación, esto es, que las humanidades, objeto de estudio a nivel superior, se encuentran en permanente crisis provocada tanto por el desprestigio del que se han visto contaminadas por su carácter subjetivo y en apariencia poco riguroso, como por el dominio que está ejerciendo la tecnología y las ciencias duras en el campo de la investigación universitaria y en la economía de las naciones, vistas como las únicas a través de las cuáles es posible acceder al progreso.

   A esta problemática se añadieron las posturas asumidas después de la Segunda Guerra Mundial por intelectuales y catedráticos universitarios que, en muchas ocasiones, entendían el estudio de las humanidades como una actividad desvinculada de la vida; en esa torre de marfil escritores, críticos y creadores –fuesen filósofos, literatos o músicos- no debían involucrarse con la política, el mundo y sus muchas calamidades. Se presentaban pues como intocables, superiores, e inalterables seres que, herederos de la cultura clásica, asumían el papel de preservarla y mantener vivos los cánones y sus muy rigurosas condiciones.  Así las cosas, el estudio del humanismo se asumió como pose y no como cuestionamiento de lo que el hombre, los hombres hemos hecho a lo largo de nuestra historia.  El crítico nos señala:

           
El humanismo no es el modo de consolidar y afirmar lo que “nosotros” siempre hemos sabido y sentido, sino más bien un medio para cuestionar, impugnar y reformular gran parte de lo que se nos presenta como certezas ya mercantilizadas, envasadas, incontrovertibles y acríticamente codificadas, incluyendo las contenidas en las obras maestras agrupadas bajo la rúbrica de “clásicos” (2006: 49).

 
   Ubicado en la realidad norteamericana para él más conocida, el autor nos explica cómo en tantas ocasiones los gobiernos en turno utilizan y sobornan a intelectuales que convalidan sus acciones  con el ánimo de convencer al resto de los ciudadanos de sus propuestas o de posturas ideológicas abiertamente inadmisibles. El humanismo es para Said práctica activa  y compromiso ético, por tanto su rostro difiere del simplismo en el que muchas veces se le ha querido ubicar. Said perteneció a ese grupo de intelectuales críticos con el sistema, con la política y con las maneras de hacer y ver el mundo en occidente. El otro al que se observa, se evalúa y condena desde la distancia lleva a posturas de intolerancia e incomprensión de parte de esas naciones que como Norteamérica han apostado siempre por el imperialismo. Cuestionar sus políticas y sus ideologías viene a ser para Said un asunto de ética irrevocable.


   La experiencia vivida por Said a través de su labor universitaria en un recinto como  la Universidad de Columbia, -hoy también célebre por haber sido el Alma Mater del actual presidente Barak Obama- que, como pocas, ha tenido el cuidado de ofrecer una enseñanza humanística sólida a los estudiantes de todas las carreras en sus primeros años de formación, le han permitido al escritor palestino expresarse críticamente frente a problemas de orden político, social e ideológico; explica el autor de Orientalismo que la asignatura conocida por Humanidades Occidentales está vigente desde 1937 cuando dio comienzo la cátedra de manera obligatoria, ha permitido a los estudiantes enfrentarse a textos de Homero, Heródoto, Dante, Shakespeare, Cervantes…


    Si bien la selección corresponde a los llamados clásicos, la finalidad del curso era vincular lo leído con la vida del hombre en la actualidad y su consecuente cuestionamiento, su revisión constante; esto último es, en definitiva, lo que entiende Said por Humanismo, así lo advierte en las siguientes líneas:

 

En realidad no hay contradicción alguna entre la práctica del humanismo y la práctica de la ciudadanía participativa. El humanismo no tiene nada que ver con el alejamiento de la realidad ni con exclusión. Más bien al contrario: su propósito consiste en someter al escrutinio crítico más temas, como el producto del quehacer humano, las energías humanas orientadas a la emancipación y la ilustración o, lo que es igualmente importante, las erróneas tergiversaciones e interpretaciones humanas del pasado y el presente colectivos. Jamás ha habido una mala interpretación que no pudiera revisarse, mejorarse o invalidarse. Jamás ha habido una historia que no pudiera hasta cierto punto recuperarse y comprenderse compasivamente, con todo su sufrimiento y sus logros (2006: 42-43).

 

      La mirada abierta que Columbia  asumió en periodos tan críticos, especialmente en  los dos últimos gobiernos del presidente Bush  al contar con la presencia de notables y muy numerosos humanistas que han levantado la voz frente a atropellos e injusticias practicadas sistemáticamente en las últimas décadas; todo ello ha convertido a Columbia en un espacio privilegiado para una reflexión serena no sólo sobre temas de carácter aparentemente académicos sino sobre lo que debe concernir a los hombres como ciudadanos, habitantes de un país, de una región, en la que participan comunidades heterogéneas,  de orígenes diversos y distantes.


Humanidades, humanidad y arte

 
   Para entender en su conjunto la controversia que las Humanidades y su estudio ha ido generando en el siglo XX y el inicio del XXI debemos detenernos en algunos de los vaivenes  académicos a través de los cuales se abordó lo que vino a convertirse en un problema con soluciones muchas veces radicales o inadecuadas.  Como  especialista en los estudios literarios,  me detendré en esta área de las manifestaciones  artísticas   para revisar de qué manera se fue modificando el abordaje de lo que en su momento Jakopson llamaría literariedad   o literaturidad y que supuso un primer acercamiento hacia la comprensión y análisis de lo literario partiendo de la forma y de las estructuras internas de cada poema.  El acercamiento que los formalistas rusos hicieron a la literatura a través de lo poético tuvo en sus inicios una gran repercusión  en lo que se establecía como criterio de lo literario.

   Más adelante y según  nos recuerda Félix Rodríguez Rodríguez, investigador de la Universidad Complutense de Madrid, podríamos remitirnos a  la década de los años veinte cuando T.S. Eliot  formula algunas ideas acerca de la necesidad de establecer una crítica literaria rigurosa que se aleje del biografismo, de la mera impresión y de la subjetividad para analizar en profundidad  un poema. La influencia de Eliot en occidente, y más aún en Norteamérica es crucial.

 
 En 1935 cuando publica su famoso ensayo “Función de la poesía y función de la crítica” ya  el poeta será un referente ineludible para los que constituirían la llamada Nueva Crítica, que según palabras de Félix Rodríguez “Ningún otro movimiento crítico ha ejercido posiblemente una influencia tan profunda y ha ocupado una posición hegemónica tan duradera en los estudios  literarios norteamericanos como el denominado Nueva Crítica”[2].  La insistencia de ir al texto y revisarlo tomando en cuenta exclusivamente su valor estético, dejando de lado cualquier elemento externo a lo literario es la propuesta del poeta inglés. Críticos como  I.A. Richards, William Empson así como los poetas norteamericanos John Crowe Ransom y Allan Tate son las primeras voces que darán continuidad a las propuestas esbozadas por  Eliot.


   La fase inicial de la Nueva Crítica le sigue la de desarrollo y consolidación en las décadas posteriores. Más adelante y favorecida por el furor que después de la Segunda Guerra Mundial adquirieron los estudios literarios, la Nueva Crítica describió un método de análisis e interpretación al que llamaron “close reading”, esto es, “lectura atenta”. En general rechazaban, al igual que Eliot,  la crítica subjetiva que apenas si tomaba en cuenta los elementos del texto, o la tendencia a establecer opiniones viciadas de ideologías o de valores morales. Coincidiendo con los formalistas rusos, proclaman el método formal que mira al texto y a la estructura que este posee, dejando de lado elementos que considero totalmente  intrínsecos al fenómeno de análisis como puede ser  la presencia del lector y la manera en la que éste asume el texto.


   Según advierte Félix Rodríguez refiriéndose a la postura de la Nueva Crítica

 

Su voluntad científica de establecer una disciplina de lo estrictamente estético les hace recelar de cualquier intento de ligar la literatura a otras disciplina como la filosofía, la sociología o la psicología. Siempre mostraron una firme confianza en poder distinguir lo literario de lo no literario, en separar la obra de estructura y fines éticos de otros tipos de escritura de carácter científico o didáctico. [3]

 

   Ante las posturas totalmente academicistas y excluyentes de aquello que no fuera exclusivamente literario,  la Nueva  Crítica norteamericana dio pie al surgimiento de otros sistemas metodológicos  igualmente asépticos frente al fenómeno literario, bien fuese tomando en cuenta el texto, el lenguaje y sus estructuras, dejando de lado cualquier vínculo con el mundo y sus avatares; de allí a que surgiera igualmente una suerte de jerga que tomaba como punto de partida y de llegada a  la terminología, como ocurrió en el análisis estructural o en algunas corrientes de la semiótica francesa o la norteamericana[4]; comenzaron a aplicarse rígidos esquemas de orden más bien lingüísticos que literalmente diseccionaban el discurso literario en mínimas partes con el ánimo de desmontar  significados oscuros que pudiesen esconder los textos.  Lo críptico se convirtió en moda y validó disertaciones cuyo hermetismo ahuyentó la mirada fresca de los nuevos y jóvenes críticos.


   Por fortuna para los que ahora seguimos en el trabajo académico y en el estudio de las humanidades, aquellos recursos de análisis o bien se dejaron de lado o permitieron la entrada de otros métodos más vinculantes con la cultura y el devenir del hombre en el mundo. La crítica se hizo, a ojos de Said, más funcionalista, y más incluyente, dando entrada a  lo multidisciplinario, priorizando, claro está la literatura. Sin embargo, aún en 1983, año en que fue publicado por primera vez  El mundo, el texto y el crítico Said evalúa la crítica vigente para entonces y advierte:

 

Al haber renunciado al mundo por completo a favor de las aporías y las inimaginables paradojas de un texto, la crítica contemporánea se ha apartado de  su público constitutivo, los ciudadanos de la sociedad moderna, que han sido abandonados en manos de las fuerzas del “libre” mercado, las corporaciones multinacionales y las manipulaciones de los apetitos del consumidor. Se ha desarrollado toda una jerga preciosista, y sus formidables complejidades oscurecen las realidades sociales que, por extraño que pueda parecer, favorecen un academicismo de “modos de excelencia” muy alejado de la vida cotidiana en la era de la decadencia del poder estadounidense. (2004: 15)

 

   Esos “modos de excelencia” de los que habla Said han logrado los fines opuestos: ante lo aparente, frente a la simulación, sólo cuentan en muchas de nuestras universidades las acreditaciones, ISOS, certificados, constancias... dejándose en el olvido y sin supervisión la profundización en los temas. La revisión de los programas del nuevo sistema llamado “currículo flexible”, que en apariencia pretendía establecer mayores vínculos entre las disciplinas dio al traste asignaturas de corte más humanista para llevar a los alumnos a la ultra especialización,  con bibliografías a las que acceden por lo general a través de las fotocopias ya que el acervo bibliotecario es deficiente, desactualizado  y raquítico.


   Las contradicciones mayores se encuentran en el manejo del aparato universitario que las autoridades académicas en turno establecen en su orden de prioridades. Lo burocrático ha crecido desmesuradamente opacando la labor académica que debería ser lo prioritario. Las partidas presupuestales más altas van destinadas a propagandas, espectaculares, distribución del último informe del Rector o de los directores de Facultades, de tal forma que los investigadores o académicos somos evaluados con instrumentos que permiten reducir indiscriminadamente los salarios que se nos otorgan cada año, pues las partidas que destinan para esos rubros son cada vez más bajas. Así mismo lo que se destina para financiar los proyectos de investigación desaparece en el marasmo burocrático que privilegia cargos y amistades, haciendo que el proceso sea lento e inabordable.

   Estas irregularidades desvelan un ambiente universitario enrarecido por compromisos anticipados, por políticas de irreversible sometimiento al gobierno en turno o por arbitrariedades de las autoridades que utilizan sus cargos para dar rienda suelta a sus muy personales intereses, al revanchismo o la venganza. Una medianía voraz termina invadiendo nuestros recintos universitarios, que alguna vez pretendieron ser generadores de un conocimiento que nos permitiese vivir mejor, siendo mejores.


   La cultura ha pasado a ser esa Industria Cultural de la que hablaron Teodoro Adorno y Horkeimer a mediados del siglo XX en la que se privilegian los sistemas capitalistas: sólo cuenta aquello que puede ser vendido, aquello que me aporte ganancias y que me permita formar parte del engranaje industrial que el neoliberalismo sigue imponiéndonos. Las Universidades corren el riesgo  de dejar de ser ese Alma Mater que transformaba nuestras vidas, enalteciendo el valor del hombre como ser humano.

  Es imprescindible volver a nuestros claustros, rescatar de ellos las raíces de un humanismo que, vinculado con el conocimiento, sea capaz de volver la mirada a su mundo, a su sociedad para participar en ella sin el desánimo de la derrota. Las artes en general, las humanidades en particular, serán instrumentos adecuados en la medida en que promuevan diálogos entre la sociedad, su cultura y sus modos de vida. Así lo percibe Said, al reflexionar acerca de la crítica literaria. El autor insiste:

 

La crítica no puede presuponer que su territorio es exclusivamente el texto, ni siquiera el gran texto literario. Debe considerar que habita, junto con otro discurso, un espacio cultural muy polémico, en el que lo que ha importado para la continuidad y transmisión de conocimiento ha sido el significante, entendido como un acontecimiento que ha dejado rastros perdurables sobre el sujeto humano. Una vez que adoptemos  ese punto de vista, la literatura desaparece entonces como un coto aislado en el ancho campo cultural, y con él desaparece también la inocua retórica del humanismo autocomplaciente. En su lugar seremos capaces, en mi opinión, de leer y escribir con un sentido de la máxima categoría en cuanto a efectividad histórica y política que tanto los textos literarios como todos los demás textos han ejercido. (2000: 301).

 

   Leer, escribir, pensar, son verbos imprescindibles para el académico, para el estudiante universitario que debe y puede contribuir en la transformación de nuestro mundo.

  

HUMANIDADES UNIVERSALES

 
   ¿Por qué son importantes las humanidades? nos volvemos a preguntar; estudiar el hacer del hombre en la historia nos llevaría igualmente al desconsuelo; el ser humano en su condición de imperfección es capaz de realizar actos de nobleza así como obras de vileza extrema, sin calificar tales acciones como demenciales. La maldad, si no la controlamos, anida en el hombre como el amor, o la compasión, de allí que la manera en que ha sido concebido el Humanismo sea más bien como la capacidad de buscar en la historia y en la cultura lo mejor del hombre; si vamos a los  extremos de la  subjetividad podríamos plantearnos qué es “lo mejor”, quién lo determina.

 
   Si nos guiáramos por la voz de alguna célebre figura podríamos citar a Aristóteles  que entendía a la tragedia, la más noble de las expresiones artísticas a su parecer, como aquella representación de carácter coercitivo que pretendía llevar al espectador a la búsqueda de la felicidad que él entendía era el ejercicio de la virtud, aspiración máxima a la que cualquier mortal podría aspirar. Sin embargo, cuando Aristóteles habló de seres virtuosos aceptaba la esclavitud y la segregación de la mujer en  la sociedad…

   Qué es, entonces, lo mejor del hombre. Para no establecer criterios dogmáticos veríamos al humanismo como el estudio del hombre visto desde diversos ángulos para hacernos una idea de conjunto que nos lleve a la comprensión de sus actos y, en consecuencia, que nos permita dialogar con él en las distintas épocas de la historia. Quizás lo mejor del hombre es aquello que le permite convivir sin agredir, edificar sin atropellos y sin ventajismos.

   El ensayista venezolano Arturo Uslar Pietri, de feliz memoria, escribió en defensa de los estudios humanísticos un ensayo intitulado “Humanidades y Humanidad”, en él el gran sabio Uslar, con su bagaje de experiencia, conocimientos y lecturas explicaba a un joven estudiante las razones por las cuales no sólo era válido ser humanista,  para él constituía, incluso, un privilegio. Dejo en sus palabras las razones:

 

Las humanidades no son otra cosa que una inmensa colección de experiencia humana. El hombre que penetra en ellas se enriquece de toda la mejor experiencia de todos los hombres que lo han precedido en la maravillosa creación colectiva de la civilización. Quien oye la copla que dice el pueblo y no conoce el romancero y  no conoce el cantar de gesta, no ha visto sino las más cercanas hojas de un inmenso árbol o acaso de un inmenso bosque poblado de la más diversas maravillas de la vegetación. No hay otra disciplina donde recibir la experiencia vivida y expresada en vivo del hombre ante el mundo. No hay otra escuela donde afinar, extender y profundizar la sensibilidad. No hay otro gimnasio donde aprender la ciencia y el arte fundamental de ser hombre. Sabiendo lo que el hombre ha hecho es el único modo de aprender a conocer al hombre. Eso que por tradición llamamos las humanidades, no es otra cosa que el conocimiento de conjunto de la humanidad. El testimonio en belleza y pensamiento de cómo los hombres se han ido haciendo hombres.[5]

 

   Tratar de perfeccionar la educación para el llamado capital humano significaría incluir, como lo hace Columbia University, en el pensum de estudios asignaturas de base humanística, bien sea literatura, historia o filosofía, de modo que los estudiantes que apenas se internan en el mundo universitario sean capaces de abrir sus horizontes a ideas y formas de vida diferentes, cambiantes, mejores. La tolerancia, el diálogo y el respeto a los demás son algunas de las cualidades que la universidad, entendida como lo universal, nos aporta para que de sus claustros egresen individuos con un alto sentido de humanidad.

 


BIBLIOGRAFÍA

 

  

SAID, Edward. 2006. Humanismo y crítica democrática. La responsabilidad pública de escritores e intelectuales. Editorial Debate. Barcelona.

_______________. 2000. El mundo, el texto y el crítico. Editorial Debate. Barcelona.

 

 

 

 

  



[1] Guadalupe Isabel Carrillo Torea. Doctora en Letras por la UNAM. Profesora Investigadora de la UAEM. gicarrillot@uaemex.mx
[3] Ídem
[4] La semiótica como disciplina –tanto la francesa como la norteamericana- ha aportado a la literatura en particular herramientas de análisis de gran valor. Cuando advierto sobre los vicios de la terminología me refiero al mal uso que en muchas ocasiones emplearon algunos críticos.
[5] En  “Vista desde un punto”. Diario El Universal. 1970. Página 277.

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